La bitacora

La bitacora es el registro de un viaje,la narración de los hechos reales acontecidos. Es la descripción de cada momento fantástico y común de este gran viaje que no sabemos cuando termina...

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sábado, octubre 23, 2010

Café, humo y silencio.

Silencio mudo de tarde gris, compartimos café. Pediste cigarrillos. Encendiste uno. Atravesaste el silencio con el humo. Cómo estás, dijiste. Con la mirada esquiva. Otra bocanada de humo. Muy bien, respondí. Mientras las palabras danzaban con el humo, volando hacia el pasado en busca de los recuerdos. Silencio. Levantaste la taza, tomaste un sorbo de café. Prendí un cigarrillo y tirando el humo te pregunté por las flores de origami, si aún las tenías o ya las habías perdido. Empezaron a caer las primeras gotas. Llovizna tenue. Golpean las gotas la sombrilla que nos cobija. Nos acercamos a la mesa. El sí vino como una caricia, llena de esperanza. Vana esperanza ya ahora, pero esperanza al fin. Saboreé la pequeña victoria, intentando aquietar al corazón. Sorbí un trago de café. Lo sentí amargo, fuerte, en contraste a lo dulce de saber que aún guardabas algo mío. Suponiendo además que lo revisabas aunque sea por casualidad y pensabas en mí, tal vez hasta te robaba una sonrisa. Pensabas en mí. Una gota de lluvia cayó a mi rostro, me trajo de vuelta al café, los cigarrillos y el silencio. Tus palabras envueltas en humo, sonaron a sueño. Siempre los llevo conmigo, a donde vaya. Aún tengo algunas rosas sin abrir. No quería abrirlas todas y quedarme sin nada, me dijiste mientras recostabas en la mesa el brazo izquierdo donde apoyaste el rostro. Me miraste fijo. Un dulce escalofrío recorrió mi cuerpo. Prendí otro cigarrillo. Por un instante el humo te envolvió en la nada. Tomé otro sorbo de café. Tu hiciste lo mismo. La llovizna caía, deslizándose por la sombrilla y antes de caer al vacío, algunas se transformaban en minúsculas gotas, que por milésimas de segundo se aferraban a la sombrilla y luego caían estrepitosamente al piso, donde destruidas por el impacto se multiplicaban en montones y lentamente rodaban todas juntas a la calle y de ahí al infinito.

Quise cambiar de página y que las palabras sigan haciendo caso a mi deseo. Quise que todo esto sea una novela, un cuento o tal vez un sueño. Los recuerdos son pesados. Tomé un sorbo de café y lo acompañe con una bocanada de humo. Hacía un año que eran mis únicos placeres, además de algún que otro libro que me permitían leer. El verdor del pasto, los árboles, la sombrilla y la mesa. Bien retirado del edificio. Mi lugar preferido. Solo en las tardes me permitían estar aquí. Un viejo no puede exponerse a esto, decían los médicos. Pero el enfermero del segundo turno, el de la tarde, siempre me permitía quedarme aquí por algunos centavos. Eran los mejor gastados. Y más aún cuando como hoy, una llovizna caía.

viernes, octubre 22, 2010

Al deslizarte en mis silencios,
mis sueños atrapas,
con ellos te quedas,
y el aliento me robas.

Despierto, y vuelves a mi encuentro,
te disfrazas de fotografías,
a veces de cartas perdidas,
que saltan a la vida...melancolía.

Triste tragedia
con olor a trigo y destino
pasividad ligera
que el vientre envenenas.

Igual que la lluvia de primavera,
mansa, calma, sumisa,
traes paz, vida, y esperanza
al llegar el verdor de las mañanas.

Pero solo en primavera,
cuando octubre se despide,
y vuelves a quedarte noviembre
conmigo,
la soledad
y el caliente frio...

martes, octubre 19, 2010

En las madrugadas.

Son las cuatro y de fondo el "Lay lady lay" de Dylan, saluda al gallo antes de su canto. El sol aún descansa, a horas de que suene el despertador. Aún aquí atascado entre las sabanas de los recuerdos, el ron, los cigarrillos y el amor. Mezcla increible, cuando se trata de recordar. Pero que recordar. A pasos del alba, donde todo nace. Donde el destino da una nueva oportunidad a los desgraciados, a los felices y no a los noctámbulos escritores de medio punto, que dormirán todo el día intentando negar su existencia en la realidad. Tratarán de hacer ficción y al mundo cambiar. No hay forma de escapar, no somos Hurricane. Ya no hay por qué cantar, no resta más que escribir. Ya no existe el papel, no es más que letra muerta. La que escribo está viva, viva atrás de esta pantalla. Encontró su propio universo. Su propio lugar. Aquí se crea sola, es palabra en el tiempo y para el tiempo. Es el castigo moderno, ya no podemos crear. Todo está creado ya, en su universo paralelo.
El café está fuerte, intento deslizarme a la dimensión siguiente a través del humo que se levanta de la triste taza de porcelana. Los colectivos rugen a la distancia, extasiando a la ciudad, llenándola de smock. En la espera de los adictos, adictos a la vida esclava de los edificios interminables, del tráfico sofocante, la corbata acorbatada a la vida, desvivida día por día. En una cuenta interminable de sufrimiento, desgajado en lágrimas invisibles ahogadas en el grito mudo de los mediocres, de los monstruos de ciudad, los rubios, las orientales, los negros, todas las razas bajo la luz del sol. En busca del pan perdido, del derecho robado, de la madre perdida, del padre muerto. Intento de vida normal. Rutina pestilente de contenido social en la miseria de mercedes benz y putas de lujo.
La ciudad no descansa, el tiempo es inextenso. Se vive a fragmentos, en interminables restos de vida reciclados al atardecer. Con el ocaso a las espaldas, el fin corre libre por el aire fresco de la tarde que se tiñe de mil colores pálidos.
Retorno.
No a casa, aquí no hay hogar. Aquí existe un cobijo de la noche y la desesperación. La ciudad ya no vomita hombres, la luna empieza a deslizarse en el horizonte. No más llamadas. El sueño que no llega. Empiezo a escribir. La rutina mata, pero la palabra crea. Intento morir con este día, pero me lo prohíbe el papel muerto y la tinta digital indeleble/eterna. Empieza el circulo en este adiós/renacer, o tal vez en este morir/desvivir. Mientras Dylan se despide de aquella mujer de pastel del norte. Canta gallo, canta.

Hoy los versos desean callar,
ahogarse en mi piel
y morir,
y sufrir,
y revivir.

Atascándose en el infinitivo último,
el de la negra vida,
o la vida de negra.

Esclavo del deseo,
servidor de la lujuria,
amante de la ciudad.

Atontado con smock,
comprado con sueños,
de riqueza y apellido.

Nací en el silencio,
de Brasil de madrugada,
o en el Ricardo Brugada.

Oh ciudad asesina,
hoy vuelvo a tí,
tarde triste de abril.

Ya no susurran los años al pasar,
solo la quietud me regalas,
en la ingrata vejestud.

De la triste mirada,
de la bombilla hirviendo,
el mate a mil.

No me vendas mis recuerdos,
recuerdame vender,
los sueños nunca cumplidos.

Vencidos por tu ayer.

lunes, octubre 18, 2010

En una extraña sobriedad medianochera,
con olor a tarde de domingo
y sabor a viernes de locura
y muerte extraña en la ciudad
y grito silente de metro

Aire pesado, pestilente fresquete
lluvia que espera en el umbral,
en compañía de humedad somnifera,
locuras durante el cenit nocturno,
momento de ruidosa pasividad.

Canta el dios cangrejo a sus súbditos,
todos aquellos que van hacia atrás
en busca del futuro al revés,
el pasado correcto
y el presente incierto.

Pasa la noche, en un solo momento,
aquel único momento de quietud,
de silencio, donde todo queda,
aquel que luego va dividiéndose
en miles de momentos hasta que amanece.

Y callo.


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