La bitacora

La bitacora es el registro de un viaje,la narración de los hechos reales acontecidos. Es la descripción de cada momento fantástico y común de este gran viaje que no sabemos cuando termina...

Mi foto
Nombre:

jueves, diciembre 23, 2010

Fragmentos incomprensibles (III)

Te olvidaste. Ya lo sé; creo que colaboré para que eso ocurra. Pero bueno, es una cuestión de sobrevivencia, sentí que me tratabas de estúpido y necesité salir huyendo. Sé que te dí un último beso, no solo uno, fueron varios. Sé que te abracé y te dije todo lo que sentia por tí, que me enamoré incluso. Fue doloroso, verte ahí, enfrente de mí, tan linda, tan cercana y las ganas terribles de extender el brazo y acariciarte en el rostro y besarte como nunca; mientras decías que no te enamoraste de mí, si, me querías, pero no era suficiente. Faltaba más, mucho más tal ves. Quién sabe, no soy adivino. Mas solo sé que te quise y mucho. Fue lento, pero surgió el querer, el necesitarte, el querer tenerte siempre conmigo. Recuerdo que te afianzaste en mí desde la distancia, a través de nuestras conversaciones, de nuestros mensajes, ya terminamos después de tres meses de noviazgo. Pero seguíamos en contacto. Era emocionante saber que estabas ahi, escucharte en la distancia y acariciarte en cada palabra. Tocar tu pelo, acariciarte. Llenarte de mimos y besos, todo eso desde la distancia, la distancia que nos unía cada vez más. Nos encontramos después de casi un año. Me encanto tu sonrisa, tu inocencia, tu mirada de niña, tan presta al amor, a la bondad, a lo mágico. Sólo quería tomarte la mano y entregarte el mundo para que vuelvas conmigo. Para compartirlo juntos, en nuestro amor. Te veía perfecta, única. Me gustaba tu sinceridad, confiaba en vos. No sé cómo lo lograste, como dije, fue la distancia, en la distancia nació todo eso.
Recuerdo la tarde cuando tomaste una foto nuestra, yo te regalé un telefono, te dí a elegir entre los míos. Cada vez estaba más seguro de que volveríamos, o mejor dicho, cada vez más seguro de que quería volver contigo y que eras perfecta para mí. Me jugué el todo por el todo. Aunque, debo reconocerlo también, en el fondo había una cuota de desconfianza que arruinaba el cuento de hadas. Algo que quería atentar contra tu inocencia, contra tu sonrisa encantadora, contra tus abrazos. Contra aquellas pequeñas concesiones que me dabas, cuando dejabas te tome la mano o nos fundíamos en un abrazo y permitías que recueste mi cabeza en tus hombros. Era un sueño, pequeños minutos cerca tuyo, simples contactos perdídos en el tiempo. Perdidos contigo, a lo lejos. Tan lejos que solo queda el recuerdo de su cercanía. Aunque, en las noches como esta quiero llamarte o escribirte un mensaje, pero tampoco quiero molestar. Aún no olvido aquella tarde, una o dos semanas después de haberme dicho que no te llegaste a enamorar de mí, te ví de la mano con alguien, ibas alegre, conversabas. Estabas radiante. La envidia me dio un golpe grande. Estaba en la vereda de enfrente, recuerdo que caminé unos pasos para intentar comprobar que no eras vos. Pero no fue así, era tu risa, era tu pelo, eras tú. Radiante, alegre, segura, feliz. Recuerdo que te miré en la distancia mientras caminabas, guardé en lo más profundo las ganas de gritar tu nombre, las ganas de llorar; no lo voy a negar, me dolió. No sé por qué, ya sé que no teníamos nada, encima estabas feliz, estabas bien. Pero fue doloroso, para qué mentir, ya no influye en nada eso. En mi memoria, aún caminas feliz, de la mano con otro, y yo doy media vuelta y desando el camino.
Decidí guardar esa imagen, no por rencoroso, sino porque me dí cuenta de que eras feliz y estabas lejos de mí. Y estabas mejor. Yo no puedo juzgar si eras más querida o menos querida. Si te amaba más o menos que yo, ya que creo que tendría las de ganar. Mas, estabas bien y además te veía natural, normal, en tu mundo. Sé que no era el mío, y dolió verlo. Pero estabas bien, estabas mejor que en mi mundo. Ahora, en las noches como esta, suelo extrañar tu risa, nuestras largas conversaciones y la inocencia de tu mirada. Pero solo en noches como esta, en donde no me atrevo a llamarte por temor a que descubras que me muero por hacerlo. Aunque sí me permito recordarte, olvidarte, recordarte, olvidarte, recordarte...

lunes, diciembre 20, 2010

Fragmentos incomprensibles (II)

El sol cae directo sobre su carne, directo, al medio día de un viernes de enero. Las brasas hacen su trabajo por debajo. Empieza a evaporarse la poca humedad que sobrevive en aquel pedazo inerte, con olor a muerte que se va escapando, que intenta sobrevivir en el olfato de los que rodeamos aquel ritual demoníaco de adoración. El olor nos posee, nos transporta. Ya ni el humo que irrita nuestros ojos, ni el balido silencioso que se escapa del cadáver nos afecta. Solo queda aquella fetidez, que no apesta, sino que huele a vida que se va. La tribu alrededor, explota en un éxtasis de locura. El hambre promete terminar a través de aquello que penetra por sus narices y revive cada una de sus células muertas en extraño contrasentido. La muerte viaja a través del olfato y el hambre es su fiel compañera.
Al terminar el sacrificio, casi anulados por el olor hipnótico que recorre su ser, se acercan como tontos, entre risas y alabanzas. La muerte los espera quemada por el sol, purificada por las brasas. No logro sacarme aquella sensación pegajosa de la nariz, es difícil entender cómo el hambre puede vencer a la razón y a la conciencia e hipnotizar a través del olfato...


anuncios colombia