Nuevamente tú.
Y vuelves a atacar serena, triste y segura del tiempo y del espacio que no son impedimentos para ti. Trato de huir, de escabullirme por los laberintos, hasta aquel que pertenece a nuestro Señor: el desierto. Pero estás en los granos de arena, en el viento, en la lluvia, en la respiración de la ciudad que duerme, en sus rincones, en el resplandor de la vela que alumbra estas hojas, te cuelas entre mis dedos y desciendes lentamente por la pluma hasta encontrarme en mis palabras. No hay tregua en esta persecución, siempre tú el gato y yo el ratón temeroso. Estoy cansado. No siento los pasos, ni el tiempo, ni mi respiración. Estoy exhausto. Cuando terminará esto, ¡oh, tan amada y despreciada! La perenne: soledad.